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Ella

Arrebatada por la lluvia del amanecer, desapareció… La mujer era anciana, tenía el cabello negro, encrespado, y su estatura era de 1.65 metros. Viajaba en un taxi y el conductor afirmó no haber visto hacia dónde caminó, porque “en cuanto la señora bajó del vehículo, sonó un relámpago que me distrajo y enseguida arranqué, sin mirar a qué casa iba. Yo nomás llegué a la vereda, pero no entré”.

Doña Edith, quien vive en una de las casas aledañas, dijo haber oído un tronido en el cielo que la hizo asomarse a la ventana. “En ese momento vi a una mujer caminar frente a mi casa y se me salió un Jesús bendito, porque tenía rato que caía un tormentón y ya nadie estaba afuera, nomás ella y el sauce. No vi si era jovencita o señora. ¡Cómo? Si en cuanto limpiaba el vidrio de la ventana, la lluvia volvía a empañarlo”.

Mi abuelo dice que “fue a la hora en que se abre la tierra y se escuchan los lamentos de almas lejanas”. Él ha pasado los últimos años de su vida levantando las manos en señal de ruego, mientras sus ojos la buscan instintivamente. La busca a ella, una figura cíclica, imborrable de su mirada y de su historia, quizá más lunáticas que memoriosas: “Corrió de la lluvia. Se quiso atajar en el sauce, pero el árbol no la cubrió y siguió desapareciendo. Su piel estaba casi transparente como el agua. Era agua. Entonces lanzó una mirada de súplica hacia arriba y las estrellas que se le veían por los ojos cayeron arrastradas hasta el lodo, junto a ella. Porque muy a pesar de la lluvia, había estrellas. Todo esto lo sé porque cuando salí a buscarla el sauce me lo dijo. Enseguida me asomé a ver si entre la tierra reconocía su cara, pero el sentimiento de pérdida hundió más sus manos en mi estómago. La tierra anegada sólo puede hundirte el espíritu de la misma manera… Aún hoy la lluvia sigue cayendo para ella y seguirá cayendo para mí, mientras el pueblo recuerde el arrebato de la lluvia, la hora en que se abre la tierra y se escuchan los lamentos de almas lejanas”.

La historia siempre termina igual: mi abuelo concluye con la misma frase de resignación y olvida de nuevo el nombre de aquella mujer cuando se lo pregunto. Doña Edith, dice que esa mujer es un murmullo de lluvia, un fantasma, un murmullo de hojas de sauce que mi abuelo finge escuchar para sobrellevar la ausencia de mi abuela, a quien no conocí. Mi madre cree que ella lo abandonó. Mi padre dice que desapareció en la ciudad. Pero yo le creo a mi abuelo. Si mi marido se volviera lluvia frente a mis ojos, también me vuelvo loca.

 

  Belén Valencia de Escobedo

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